A veces el corazón no late fuerte,
sólo susurra…
muy bajito,
como si no quisiera molestar a nadie.
Se queda quieto,
en un rincón del pecho,
evitando hacer olas
en un mar que ya está agitado.
No es tristeza,
ni ausencia,
es esa pausa sagrada
que uno se regala
cuando ya ha dado demasiado.
El alma también necesita silencio,
como los árboles
cuando dejan caer sus hojas
sin pedir disculpas.
Y está bien.
No siempre hay que estar disponibles,
ni responder al instante,
ni cargar el día en los hombros abiertos.
A veces sólo hace falta
cerrar los ojos,
respirar hondo,
y dejar que todo pase
sin resistir,
como quien sabe
que el sol siempre vuelve,
incluso cuando no se le espera.
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